Adiós Miranda

Hace un año estaba colmada de felicidad, mi boda había sido de ensueño y no podía estar más feliz de que todo estuviera saliendo tan bien. La pandemia para mí fue diferente porque pude disfrutar mi hogar, mi reciente matrimonio, aligeró mi carga de trabajo y pude disfrutar este periodo con mucha felicidad. En Febrero de este año mi esposo y yo decidimos no cuidarnos más, había tenido el DIU por cuatro años y me sentía plena y totalmente segura de ser mamá, ore y pedí a Dios que me bendijera siendo mamá. Dos meses más tarde, me enteré que estaba embarazada lo primero que hice fue decir “Gracias a Dios” mientras mis mejillas ya estaban con lágrimas de amor y alegría, mi esposo se quedó en shock porque no imaginaba que iba a ser tan pronto. Al día siguiente fui a hacerme un ultrasonido y vi a mi bebé en un saco que era tan diminuto que apenas podía creer que ya estaba en mi. Descargue todas las aplicaciones que encontré sobre embarazo, seguí muchas cuentas con tips para mamás primerizas y del cuidado del bebé. Dimos la noticia a nuestras familias y todos se alegraron y sorprendieron por la rapidez en que habíamos encargado bebé. Al ir al servicio médico de mi trabajo me dijeron que era embarazo de alto riesgo por el hipotiroidismo que padezco que podía tener una pérdida en el primer trimestre y que era muy normal. Yo ore más pidiendo que por favor mi bebé pasara este periodo. Los síntomas de los primeros meses fueron difíciles, los mareos, estreñimiento, náuseas, cansancio y miedo, aunque trataba de ser positiva existía el miedo de enfermar de COVID, el miedo de que dejara de latir su corazón o que viniera mal. Sin embargo, en cada uno de los estudios que me hice todo salía bien y las infecciones urinarias que tuve eran “normales” en el embarazo y con un poco de antibióticos se quitaban y todo volvía a la normalidad. Mi vientre crecía y yo no cabía de felicidad por ello, imaginaba tener esas sesiones cursis de embarazadas con la barriga llena. Mi esposo se mostraba más que feliz angustiado por los gastos, cuidados y responsabilidades que venían, a pesar de que se que es una buena persona y sería un buen padre; me entristecía que no le hablara al bebé, no me agarrará la panza o no me besara. A pesar de ello, yo imaginaba a mi bebé, le hablaba, acariciaba mi panza y cuidaba lo que comía y bebía para que todo saliera bien. Cuando sentí sus primeras pataditas, grité de emoción y lloré de alegría, era increíble el poder sentir a alguien dentro de mi, constatar que seguía con vida, que mi cuerpo era su lugar seguro, su primer hogar y eso le hacía sentir orgullosa y fuerte. Fuimos de vacaciones y yo imaginaba nadar con mi bebé, mostrarle la arena por primera vez, tomar el sol juntos, enseñarle a hacer castillos de arena. Regresando del viaje tuve de nuevo infección urinaria, nada de que “espantarse” decía la doctora pero yo presento que algo no iba bien, a pesar de preguntar por qué me daban si me cuidaba tanto recibía la misma respuesta “es normal en el embarazo” dos días después el dolor de espalda y las punzadas en el vientre fueron insoportables, le pedí a mi esposo me llevara al médico y enojado por dejar a medias si trabajo, me dijo que exageraba que esperara a mañana, pero yo sabía que algo iba mal. Al llegar al hospital me mandaron al área COVID por el dolor de cabeza que comencé a tener, esperé tres horas para que me dijeran lo que yo ya gritaba, que no era COVID y que la vida de mi bebé estaba en riesgo porque no lo sentía. Finalmente me hicieron la prueba, la cual salió negativa y me mandaron al área de ginecología ahí me hicieron esperar más y pasaron primero a una mujer amiga de los doctores que tenía un absceso, cuanta rabia sentí, mi dolor era insoportable y me dejaron en la sala sola sin siquiera atenderme, los doctores me veían como si estuviese exagerando y minimizaban mi dolor. Cuando por fin pase, revisaron si había latido y ahí estaba, el corazón de mi bebé seguía latiendo, sentí esperanza y pensé que todo había sido un susto, una mala broma pero que ya estaríamos bien. Pero al ver la cara del médico, mi esperanza se rompió su cara me decía que ya no había que hacer, me explico que tenía una infección muy fuerte y que ya estaba en trabajo de parto que ya no había nada que hacer. Quería gritar, quería golpearlos, quería morirme en ese instante, sin embargo solo sentí las lágrimas rodar y mi llanto se ahogó para no alarmar a mi esposo. Me internaron y al poco tiempo empecé a sentir contracciones más y más seguidas, el dolor del parto y de la infección era insoportable, fue ahí que se rompió mi fuente y tres doctoras fueron a atenderme, sentir como metían sus manos en aquel que fue el hogar de mi niña fue horrible, sentir como en cada contracción le daban un tirón me hacía gritar de dolor, de rabia y de un sentimiento de injusticia, mi cuerpo empezó a hacerse hacia arriba como reflejo de no querer sacar a mi bebé y escuche como una de ellas me gritaba ¡Déjala ir! ¿Como podía dejarla ir si estuvo solo cinco meses conmigo? ¿Cómo se le pide a una madre dejar ir a su hijo? Fueron los minutos de dolor más grande que he tenido, gritaba y lloraba como nunca lo había hecho. Después de que sacaron la placenta, metiendo y sacando sus manos una y otra vez, se acercaron dos doctoras a preguntar si quería ver a mi bebé, les dije que si y que me dejaran cargarla, la misma doctora me dijo ¡NO, porque luego no los dejan y se ponen muy mal! Afortunadamente la otra doctora le dijo ¡Déjala es su hija! La cargué como si fuera lo más frágil que hubiera cargado y en silencio ore y le dije a Dios, aquí está mi bebita, te la entrego, te entrego a Miranda, ese nombre elegí para ella. Quería que mi bebé tuviera un nombre por todo lo que fue y representa para mi. La noche fue muy difícil, ver a las mamás con sus bebés, escuchar sus llantos, ver cómo los amamantaban cuando a mi me dolían los pechos, querer gritar y estar sola, y llorar lo más callado posible para que las enfermeras no se acercaran a decirme otra vez “Estás muy joven, vas a tener otro” era inconsolable. La recuperación ha sido difícil por la parte emocional, la gente no ve mi duelo, no me entiende, piensan que no se ama lo que no se ve y yo amaba, amo y amare a mi hija siempre. Me dicen que sea fuerte y no se dan cuenta que es una batalla conmigo diaria para levantarme, hacer mis quehaceres, ir al trabajo y poner la mejor cara. Me dicen que todo pasa por algo, pero ¿por qué a mi? Si estaba tan feliz, soy buena persona, no le hago daño a nadie, la desee, la planeé y la ame tanto, ¿por qué tuvo que pasarme a mi? Hoy mi fe esta a prueba, no entiendo porque Dios se llevo a mi bebita, no entiendo esta prueba, no entiendo el dolor que me ha dado, ya no se que puedo hacer para mejorar, quisiera morirme y poder estar con ella.