(por mi nieta nonata)
Treinta de enero, la semana empieza su declive, y las noticias en este dos mil tres son muy negras.
Los soldados americanos, comandados por un jefe, del cual no recuerdo su nombre, aunque sé que comienza por “B” de burro, están sembrando el desierto de Kuwait con carros de combate para hacer del desierto más desierto. Por el contrario el día amanece luminoso y blanco, blanco de nieve en todo El Marquesado.
Una cuna, también muy blanca, pero con las aristas vivas y cortantes, es el aposento de ANGELA, la que es mi nieta aunque los Registros no la quieran.
La tarde es muy fría, y por levante ya vienen las sombras. El manto blanco se rasga, y la tierra, negra muy negra, quiere ser contraluz de ese blanco de la nieve y las cruces que en el cementerio se levantan.
Y ese hueco que dejó la tierra, negra muy negra, quisimos llenarlo con aquella cajita blanca por fuera y blanca por dentro, pero faltó blanco y hubo que cubrirlo con la tierra negra.
Las sombras de la noche se aliaron con la tierra negra, y se chuparon todos los rayos de luz y así todo fue negro, muy negro.
Pero mañana vendrá y el día será blanco y la tierra menos negra.
Emilio Ramos