6 meses…

Perder es algo que a nadie le gusta, pero se vive con ello y pasa todo el tiempo; pierdes cuando juegas, cuando compites, o cuando dejas alguna cosa atrás por descuido. Es algo cotidiano y natural. Y aunque sigue siendo natural, perder a alguien porque la muerte llega y nos separa se siente todo menos natural, se siente injusto y cruel. Aún así, morir es la certeza más grande que podemos tener en la vida. Llegar al final y desvanecer hacia lo que sea que ocurra después de la vida no es un paso que todos estemos preparados para dar. Mientras más vives, más quisieras postergar la muerte. Asusta y abruma saber que llegará para ti y para quienes tienes cerca, puede ser en algunos años o puede ser en los próximos minutos.

Cuando alguien se va en paz, agradecido y rodeado de amor después de una larga vida, inspira. Aunque duele no ver más a esa persona, el consuelo es algo que se puede alcanzar al pensar en la maravillosa vida que tuvo y la huella que dejó en nosotros y quienes lo rodearon.

Cuando alguien joven muere es incomprensible. Las vidas cortas no parecen hacer ningún sentido. No solo muere la persona, se mueren los planes, se mueren las esperanzas y muchas veces se mueren las ganas de seguir para quienes nos quedamos, aferrándonos a recuerdos y buscando la forma de sobrevivir a este tipo de pérdidas.

Pero, ¿Cuando alguien vivió pero no logró respirar? ¿Cuando alguien vivió pero no pudo abrir sus ojos? Nadie puede estar listo, cuando el amor, los planes y las esperanzas eran todo lo que rodeaba la vida de mi hijo Mateo; los besos a través de mi piel, las caricias, la imaginación, la voz de papá hablándole cada mañana, las pataditas cuando caía agua calientita sobre mi panza en la ducha, las largas conversaciones sobre él y todos los sueños sobre su vida aún sin iniciar, alimentaban mi vida como nueva mamá. Pienso y recuerdo esos momentos como la definición perfecta de explotar de amor, cuando sueñas tanto y amas tanto que sientes que no tocas el piso, como si flotaras. Cuando todo parece tan perfecto piensas que nada podría ir mal hasta que alguien pronuncia las palabras “no hay latido”. La caída es en picada, no hay paracaídas ni red de contención. De un momento a otro cambian las risas y la alegría por silencio, dolor, rabia. ¿Esto es también perder? ¿No se definiría más bien como robar o arrebatar? La muerte, que de por sí es cruel, se supera a sí misma y se presenta de la forma más terrible, atreviéndose a arrancarle la vida a un ser tan pequeño, indefenso e inocente. A los papás, nos deja gravemente heridos y sin armas para afrontar algo así, haciéndonos sentir un sentimiento de culpa profunda e indescriptible por haber fallado en la misión que nos fue conferida para proteger a nuestro bebé por sobre todas las cosas. Verlo nacer, ser testigos de su vida, prepararlo para que cuando llegara el momento fuéramos nosotros los que tomaran de la mano a la muerte, satisfechos con una sensación de haber dejado un legado en una vida que continúa y trasciende.

La muerte de Mateo siempre será más que una simple pérdida; es un doloroso recordatorio de la fragilidad de la vida. Ha sido una forma de reencontrarnos para su papá y para mí como personas diferentes, de volvernos a conocer, de estar más unidos para honrar la vida de Mateo, de habernos visto el uno al otro hundidos en la oscuridad más densa y miserable que pudiéramos imaginar: frágiles, indefensos, muertos por dentro, con sueños en mil pedazos, con una habitación llena de objetos que no llegaron a formar recuerdos, con el corazón roto y con el dolor de seguir respirando, de ver, oler y tocar la vida que a nuestro hijo no se le permitió. Aprender a vivir con el dolor, volver a vivir, regresar a la cotidianidad, volver a intentar disfrutar, como cuando ves un paisaje hermoso de esos que este mundo tiene que ofrecer, sabiendo que no podremos compartirlo nunca con nuestro Mateo porque sus ojitos no llegaron a abrirse y la injusticia de pensar que ni con todo ese amor que teníamos para él nos alcanzó para tener a nuestro hijo aquí con nosotros, para burlar a la cruel y despiadada muerte.

Entender que el amor no acaba ha sido muy revelador. Mi bebé no está aquí conmigo pero mi amor por él sigue vivo y seguirá siempre mientras yo respire, eso es algo que la muerte ni nadie me puede arrebatar, y es mucho más fuerte. He decidido seguir amando a Mateo cada día de mi vida, he decidido pensar que disfrutar mi vida no es traicionarlo. Elegir vivir con intensidad significa para mí disfrutar todo aquello que a él no se le permitió; mi manera de burlar a la muerte es vivir por dos, de forma profunda pensando que él lo disfruta conmigo, porque lo llevo conmigo. Es inevitable tener momentos oscuros, en los que la cabeza se llena de telarañas y parece no haber salida. Estos momentos vienen y van todo el tiempo, a veces duran más y a veces menos. Muchas veces es tan intenso que se siente como ahogarse, como una obstrucción en el pecho. Sentir el dolor con intensidad también está bien, hundirse y dejarse ir se vale porque cuando has llegado al fondo y ha salido esa energía, siguen momentos de reflexión, paz y hasta creatividad, como este momento en el que me decidí a escribir.

Han pasado 6 meses desde aquel día en que supe que ya no había nada más que hacer por mi hijo, que ya había muerto. Pocas personas saben lo que significa cargar con la muerte por dentro, sentirla, verla y vivirla tan de cerca. Ese día algo en mí murió y no en sentido figurativo; mi hijo de 6 meses estaba muerto dentro de mí. Lo que alguna vez fue vida y movimiento en mi interior se convirtió en una especie de vacío. Pude hasta después de largas horas; muy duras física y mentalmente, conocer a un pequeñito perfecto e increíblemente hermoso que pude ver y tocar ya sin vida. Mi hijo ya sin movimiento, sin la luz que alguna vez me imaginé que tendría en su mirada al verme. Mateo, mi hijo, en el sueño más profundo de paz, tan pequeñito, enseñándole a su mamá la lección más dura. Mucho tiempo me pregunté ¿qué hice mal? Con el tiempo esta pregunta ha ido cambiando a preguntarme ¿qué de bueno habré hecho en la vida para que Mateo me eligiera como su mamá y me viniera a enseñar tanto? Es verdad que siempre elegiría tener a mi bebé con vida y conmigo en este y en todos los momentos, pero también creo que mi vida está tocada por algo más grande. Me considero una persona más espiritual que religiosa. Como sea, creo que mi hijo está esperándome en algún lugar y que cada día estoy más cerca de verlo otra vez, lleno de vida en lo que sea que haya más allá, y sé que me esperará paciente.