No olvidaré el día que una amiga que había pasado por una experiencia como las nuestras me envió este poema. El calor y la paz que sentí en el fondo de todo el dolor que me rodeaba en ese momento.
Alain estuvo en nuestras cabezas y nuestros corazones mucho antes de estar en mi vientre. Después de recorrer un duro camino por la realidad de la infertilidad y con sus duelos, me quedé embarazada de nuestro primer hijo a los 40 años. Fue un embarazo sin ninguna complicación, que vivimos con mucha felicidad y paz, hasta llegar a la semana 39 en la que se solicitan más pruebas porque nuestro pequeño milagro no había ganado peso en el último mes. Todo estaba bien y esperamos a la siguiente revisión. El día antes de salir de cuentas no le noto moverse y en el hospital tras demasiadas horas de espera y pruebas, deciden hacerme una cesárea de urgencia. “No sabemos por qué, pero Alain no esta cómodo en la tripa ya”. Con un positivo en COVID, una anestesia local, y sin mi pareja en el quirófano vi nacer a mi hijo poco después. Entre la felicidad y el temblor que tenía miraba hacia la camita donde estaba rodeado de pediatras y enfermeros, sabiendo que algo no iba bien. No le oía llorar. Le acercaron a mi como un segundo y pude rozar su frente con la mía. No era consciente que eso iba a ser todo mi “piel con piel”. Le pasaron a otra sala con su padre durante veinte minutos y tras no poder estabilizarle, se lo llevaron a la Unidad de Cuidados Intensivos de Neonatos. Tardamos más de 24 horas en saber algo de su situación, dos días de shock, siete días de ingreso aislada con alguna complicación más separada de él por cuatro plantas del mismo hospital, tres días mi pequeño sin poder estar con su padre tampoco… Once días de vida en en la UCI, superando tres días críticos y demostrando los otros ocho su gran fuerza.
Qué lección puede dar alguien tan pequeño… Nuestro gran luchador esperó a conocer a parte de su familia dentro de muchísimas complicaciones. Una de las complicaciones se agravó y su futuro se había truncado. Hoy sabemos que además tenía el síndrome 22q11. Le iban a dejar marchar, desconectarle de todo lo que le mantenía en la camita del hospital. Le acompañamos en ese viaje de la camita a las estrellas, a nuestros corazones y dejamos que se llevara con él parte de ellos. Dándole las gracias por darnos y enseñarnos tanto en tan poco tiempo. Y lo que aún compartiremos…
Casi dos meses después creo que comienzo a transitar un duelo. No había espacio, todo era actuar. Mareas de información, continuas decisiones y recuperación posparto dentro de un dolor que aún no sabes de su magnitud.
En este tiempo he buscado ayuda profesional, me he dejado acompañar de los míos, he homenajeado a Alain todas las veces que he podido, me he conectado con él tanto como he necesitado. He hablado de él cuanto he querido. Pero aún quisiera hacerlo más. Y aún así no le echo menos en falta. Vamos a quererle cada día de nuestras vidas.
Durante estos días eché en falta no tener miedo a quedarme atrás o perderme, haber sido consciente de que pueden pasar muchas cosas aunque consigas quedarte embarazada, que los profesionales le dieran la importancia que tiene a la falta de movimiento fetal cuando yo trasmitía mis dudas, a no tener que pedir “suplicar” soporte psicológico en el hospital y que se ofrezca, a mayor preocupación por implantar protocolos en los hospitales para situaciones de muerte perinatal. Tuve que ser reingresado cinco días después por una infección y si mi ingreso fue un poquito menos duro es gracias a la empatía e iniciativa de profesionales que quisieron hacerlo así de forma individual. Y a los que estoy tremendamente agradecida. Pero eso no puede ser algo que quede solo en manos de la mucha o poca humanidad de los profesionales.