Mi hijo Anxo

Han pasado casi tres años desde que decidí que lo mejor para mi hijo era no nacer con vida debido a su grave enfermedad. Lo peor fue encajar las malas noticias sobre su salud, sentí un dolor desconocido y desgarrador que inundó lo más profundo de mi alma pero una vez que lo asumí la decisión de interrumpir mi embarazo se presentó para mi clara y firme. Mi hijo estaba en la semana 28 de desarrollo, habían visto indicios de que algo podía no ir bien en la semana 20 pero le restaron importancia, a día de hoy sé que era motivo suficiente para interrumpir el embarazo o, al menos, para hacer más pruebas.

La enfermedad de Anxo era grave e incurable y empeoraría con el paso de las semanas, ni siquiera sabíamos si podría llegar a nacer con vida, si lo hacía habría dolor, limitaciones, sufrimiento e incertidumbre desde el primer momento sin posibilidad de cura. A pesar de ello, las obstetras que me atendieron no apoyaron mi deseo de interrumpir el embarazo y lo obstaculizaron con falta de información y opciones. Me obligaron a esperar mientras intentaban concretar un diagnóstico (cosa que la genetista advertía difícil e improbable) a pesar de haber evidencias de una enfermedad grave e incurable. La única opción era esperar, ni siquiera me facilitaron apoyo psicológico inmediato, lo solicité y ya me llamarían…Sentir el desamparo de la sanidad pública en el momento más doloroso de mi vida fue desgarrador, la situación parecía irreal, de otra época, de una sociedad primitiva y oscura.

Afortunadamente, después de pedir una segunda y tercera opinión médica y tras confirmarnos los graves problemas de salud de nuestro hijo, reunimos fuerzas para compartir nuestra situación con todo aquel que pensamos que nos podía ayudar y así, a través de un amigo de un amigo, contactamos con una asociación que nos informó de la problemática que existía en muchos lugares de España con el cumplimiento de la ley del aborto. Dado lo avanzado de mi gestación, me aconsejaron que intentara que valoraran mi caso fuera de España, la mejor opción era un Centro de Medicina Fetal de un hospital público de Bruselas. Nos pasaron el contacto y la jefa del equipo médico nos respondió muy rápido, estaba dispuesta a valorar nuestro caso. Mandamos todos los informes médicos que teníamos y días después nos ofrecieron la posibilidad de viajar para hacer más pruebas.

Así, embarazada de 30 semanas, en plena pandemia y devastada, mi pareja y yo tuvimos que planificar y costear el viaje a Bruselas. Fue duro, lo más duro que he vivido. Sigo pensando que abandonar a las mujeres, a sus hijos y a sus familias en el momento más difícil y doloroso es de extrema crueldad. Por fortuna, cuando entramos en ese hospital se abrió un mundo nuevo de opciones, empatía y profesionalidad. Nos ofrecieron apoyo psicológico desde el primer momento, nos realizaron todas las pruebas disponibles y nos confirmaron, desgraciadamente, la grave situación de nuestro hijo. Ante las evidencias no hizo falta esperar, pudimos despedir a Anxo rodeados de respeto y amor y después hacer todos los estudios necesarios. Vivirlo así me dio la oportunidad de integrarlo y poder seguir viva yo también.

Lo que vino después fue durísimo, porque a todo lo vivido: la enfermedad de mi hijo, la decisión sobre su muerte y el desamparo médico se le sumó el desconocimiento y la incomprensión del entorno. Yo sentía que había perdido un hijo en unas circunstancias durísimas pero parece que nadie lo veía, a mi hijo solo lo veía yo. Ni siquiera mi pareja pudo reconocer la pérdida y acompañarme en mi duelo hasta pasados casi dos años. Al principio, ni siquiera mis padres supieron ayudarme. A mi me salvó la satisfacción de haber hecho lo que consideraba mejor para Anxo a pesar de las dificultades, tener apoyo psicológico y alguna buena amiga que se informó y se esforzó en mostrarme su comprensión y apoyo. En general, mi entorno rechazó a mi hijo y desautorizó mi duelo. Después de haber vivido un infierno sentía que no podía protestar, no podía hablar de mi hijo y no podía llorarlo. Otra vez sola y desamparada en el peor momento de mi vida. ¿Cómo podía ser que todos los que debían ayudarme, desde los médicos a mi familia, mirasen hacia otro lado? Una locura.

Pero gracias a la enorme fuerza que me dejó Anxo comencé a buscar apoyo fuera de mi entorno y así conocí Umamanita. Leer el testimonio de otra mujer con una historia parecida a la mía en esos días tan oscuros fue reparador, me dio esperanza. También me ayudó a informar a mi entorno. Aquí dejo la mía para que sepamos que no estamos solas, que no es culpa nuestra, que es difícil, que poca gente lo entiende pero que hemos sobrevivido y merece la pena seguir. Con el tiempo las cosas han mejorado, yo hablo de mi hijo siempre que quiero y con mucho amor, la mayoría de mi entorno lo ha normalizado también. La rabia que me generó la desatención médica y la incomprensión la he transformado en acciones para intentar mejorar las cosas. Ahora vivo diferente pero soy mejor. Tengo un par de cicatrices profundas que debo cuidar pero me he quedado con tanto amor y tanto aprendizaje que no cambiaría ni una coma de mi historia. Grazas, Anxo. Grazas meu amor. Os abrazo a todas y todos los que hayáis pedido un hijo o una hija, en las circunstancias que fueran. Comprendo y abrazo vuestro dolor y deseo que podáis sobrellevarlo y, quizás con el tiempo, transformarlo.